Los casos de las boxeadoras, la argelina Imane Khelaf y la taiwanesa Lin Yu-ting; que también está compitiendo en París 2024, son tan sólo los más recientes de atletas femeninas intersexuales, con ‘hiperandrogenismo’ o exceso de hormonas masculinas en el mundo del olimpismo.
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Este es un tema bastante polémico no solo en lo deportivo. Sino en lo que respecta a la salud y a la ética de cada persona.
Ahora bien, el tema es nuevo en el boxeo, pero inició salpicando al atletismo y todo a raíz de un nombre: Caster Semenya. Su vertiginoso ascenso en las pruebas de fondo del atletismo y la evidente ventaja de sus rivales se convirtió pronto en matriz de opinión. Y, tras revelarse pruebas médicas sobre la existencia de cromosomas XY en su cuerpo –es decir, tiene órganos sexuales masculinos- llevaron a la Asociación Internacional de Federaciones Atléticas (IAAF) hoy World Athletics a tomar medidas al respecto.
Caster Semenya fue el punto de quiebre
Y es que en 2011 entró en vigor una regla que condicionaba la participación de mujeres con hiperandrogenismo. “Una mujer con hiperandrogenismo que es reconocida legalmente como mujer será elegible para competencias atléticas femeninas siempre que tenga los niveles de andrógenos por debajo del rango masculino (medido en función de niveles de testosterona en suero) o si, en caso de tener los niveles de andrógenos dentro de los parámetros masculinos, tiene una resistencia a los mismos que significa que no hay ninguna ventaja competitiva.”
La misma normativa fue suspendida en 2015. Eso, luego que el Tribunal de Arbitraje Deportivo (CAS; por sus siglas en inglés) tras el caso de la velocista india Dutee Chand, en el que no se encontraron evidencias suficientes para determinar que las atletas hiperandrogénicas tenían una ventaja de rendimiento tan grande como para prohibirles competir contra mujeres.
“Dicha discriminación es, hasta no ser justificada, contraria a la Carta Olímpica, la Constitución de la IAAF. y las leyes de Mónaco… Si las regulaciones no pueden ser justificadas, específicamente como una respuesta necesaria y razonable, entonces serán declaradas inválidas”, declaró en ese entonces el CAS.
El Atletismo encrudeció la normativa
Sin embargo, el mayor ente del atletismo retomó la norma en 2019 y de forma más cruda. Impidieron que las atletas intersexuales participaran en pruebas desde los 400 hasta los 1.600 metros –donde su ventaja en fuerza, masa muscular y capacidad para transportar oxígeno se consideraba más pronunciada- a menos que redujeran los niveles de testosterona al rango femenino permitido. Esa medida, impidió que Semenya, por ejemplo, pudiese defender su doble oro olímpico en Tokio 2020.
La medida también perjudicó a Maximila Imali; fondista keniata, quien se vio obligada a correr en pruebas de 100 y 200 metros. Pero, en una extensión de sus restricciones recientes, World Athletics anunció que las atletas intersexuales no podían competir en todas las pruebas femeninas. Eso, a menos que redujesen el nivel de testosterona a 2,5 nanomoles por litro, la mitad de lo que se permitía antes.
Esto último, debido a que Christina Mboma de Namibia (plata en 200m) y Francine Niyonsaba de Burundi (5ta en 10.000) tuvieron desempeños impresionantes durante Tokio 2020 siendo atletas intersexuales.
Es un tema con tela para cortar
No obstante, aquí entra lo más controvertido del tema, el aspecto ético y de salud. Y es que someterse a tratamientos para mantener niveles más bajos de testosterona es considerado por las mismas atletas como potencialmente dañino o hasta innecesarios. “Deben comprender que somos humanos”, dijo Imali en relación a su apelación para tratar de asistir a París 2024. “y deben respetar los derechos humanos”.
Semenya ha defendido su condición de ser mujer y también la virtud de ser veloz. Mientras tanto, Maximila Imani apeló en su momento al sano uso del don que Dios le dio. “Dios me dio este talento. y lo estoy usando de la forma correcta”.
Lo cierto es, que por la arista en la que se le mire, este es un tema que genera bastante controversia a nivel mundial por todas las implicaciones antes mencionadas. El dilema está en si permitirles competir, sometiéndolas antes a tratamientos muy fuertes. Y, en caso de no hacerlo; aparece también el dilema de impedirle competir a mujeres que quizás por alteraciones genéticas nacieron con (o) desarrollaron dichas condiciones.
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